Juan Ochoa Molina

Querido Juan:

Al ver la noticia de tu partida, de buenas a primeras, invadiéndome un sentimiento de tristeza, he retornado emocionalmente más de seis décadas, a finales de los años cincuenta, cuando, viviendo mi familia en la calle Fuerte, nuestra tienda de comestibles, la de tu padre donde trabajabas.

Y me ha sucedido esto, no porque yo caprichosamente quiera hacer referencia a mi infancia y niñez, sí porque he sido a lo largo de toda mi vida testigo de tu calidad humana y cordialidad y, en este caso, de tu trato y simpatía hacia mí, de una afectividad que bien sabes que jamás he olvidado, ni olvidaré.

Mira si es así, que como yo, al ser el menor de los cuatro hermanos que constituíamos mi familia, era el “mandadero” de mi madre, cuando aún no había alcanzado los nueve años, un día, era casi medio día, me indicaste que pasase al portal de la casa, lindando con el comercio, donde un pequeño camión estaba descargando una nueva gaseosa que, por vez primera, llegaba a Alhama y cuya denominación la de “La Casera” y cuyo color era como rojo claro, y cogiste una botella -que venía muy bien presentada con su tapón especial cubierto por una bolsita de papel- y me la diste “para que la probásemos mis hermanos y yo.

Siempre hubo simpatía por tu parte cuando llegaba a la tienda a por lo encargado por mi madre y también la hubo -creo que durante más de sesenta y tantos años- fuera de la tienda cuando nos veías por las calles, a pesar de la diferencia de edad que, en aquel tiempo, lógicamente, yo acababa de salir de la infancia y entrar en la niñez y tú ya eras un joven casi camino de los treinta años.

Después los ratos que echábamos cuando pasaba por la plaza de Rescoldo, ya viviendo yo en Granada, donde recogías a los que volvían a Alhama, generalmente tras haberlos llevado por la mañana. Y en todo esto el viaje a Albacete en 1965, a la boda de mi hermano León Felipe, donde el inteligente de mi hermano Félix Luis, con una preparación excepcional, se quedó admirado de cuanto nos fuiste explicando, en tan largo viaje para la época, sobre la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, cuestiones que pocos se atrevían a exponer con total claridad y lo que realmente pasó y vivíamos.

Si, siempre, siempre, con aquella expresión de mi nombre en inglés, “Andrew”, tenías unas palabras de afecto hacia mí. Y no sólo eso, además me traías la maleta de Granada a Alhama, o viceversa, en aquellos años -yo con catorce, quince o dieciséis- en los que yo iba y venía a Granada en bicicleta, para ahorrarme los ocho duros que valía el viaje.

Fueron pasando los años y en todo momento cuando nos veíamos en Alhama, nos saludábamos con verdadera alegría cada vez que nos veíamos. Ya jubilado echábamos un buen rato en la Joya, aprovechando tu diario paseo, los sábados cuando iba camino de encontrarme con Juan Cabezas.

¿Cuántas cosas me contaste de nuestra Alhama y de cuánto encartaba? Y después ya sabíamos uno del otro por medio de tus hijos y, más concretamente, de tu Mari Carmen a la que raramente no vemos Mari Carmen y yo cuando vamos por Alhama al estar casada con alguien que para nosotros es igual que la mejor familia, Antonio.

También para mí han pasado muchos años, pero mientras viva jamás te olvidaré, deseando ahora que ya estés en la Otra Eterna Orilla con tu querida esposa Carmen, para la que vaya también nuestro recuerdo y afecto, y tantos familiares y amigos que tanto quisiste.

Nuestro más sincero pesar a toda la familia, a Pili con sus hijos y nietos, recordando a nuestro amigo de la infancia Pepe, a Fernando y su esposa Adoración, a María Angustias y amigo Eduardo, y a Mari Carmen y Antonio, siempre queridos para nosotros. Así como nuestras condolencias al resto de toda la familia Ochoa Molina, no atreviéndome a poner nombres por temor a olvidar a uno solo de ella, lo que no me perdonaría.

Mari Carmen y Andrés

Gracias a todos por vuestro recuerdo hacia mi padre y por vuestro pésame.
Un abrazo.

Gran hombre y muy buena persona.
Mi pésame a toda la familia.