Antonio Castillo Hinojosa

Abuelo, allá donde estés sé que me estás escuchando y que me estás apretando la mano bien fuerte con los ojos empañados. Pero antes de que empieces a emocionarte escucha bien lo que te tiene que decir tu nieto:

10 de enero de 2006, a algunos os suena, pues es el día de mi cumpleaños. El día en el que nací le pediste a Dios que te diera Salud para ver a tus mellizos hacer la comunión. Merecido te tenías poder disfrutar de nosotros (y nosotros de ti) todos estos años en los que lo hemos hecho aprovechando hasta el último momento a tu lado.

Recreo un momento de cualquier Domingo, cuatro de la tarde. Palabras de mi padre: “Antonio, despídete que nos vamos” y al salir por la puerta siempre tenía que buscar la excusa para volverme a daros otro beso a ti a la abuela, porque a saber cuándo podríamos volver. Y no te recordaré de otra forma que junto a la abuela en la barandilla del porche tirándonos besos y despidiéndonos con la mano.

Nunca esa frase, que dice: “Escucha los consejos de los mayores” me significó tanto cuando se trató de ti, porque siempre desde tu humildad y experiencia lo has hecho por nuestro bien. Si de algo me han servido todos tus consejos durante mi vida, es para cada vez que me cueste llevarlos a cabo, ya sea para dar un mejor resultado de mis actos o para ser mejor persona, para acordarme de ti cada vez que resulten buenos y que te sientas orgulloso de tu nieto, (y de todos tus nietos) como tantas veces me has dicho que lo estás.

Gran ejemplo a seguir allá donde los haya, mi ejemplo y mi guía pues cualquier situación de nerviosismo por los estudios, por mis cofradías o por cualquier cosa, hablar con mis abuelos y escuchar sus voces cargadas de sabiduría y de amor para aconsejarme sobre cómo actuar me han reconducido y me han ayudado a actuar de la mejor manera posible, y siempre de la mejor manera, aunque yo al principio lo dudase.

Qué decir de la de cosas que nos has inculcado, a mí, a todos tus nietos y a tus hijos con la abuela, que no son pocas. A intentar ser las mejores personas posibles y querer a los tuyos demostrándolo constantemente como tú hacías con todos nosotros hasta el último momento por más que te costara hablar para decirlo.

“Hoy es un día muy feliz”, decías el pasado sábado, y lo justificabas diciendo que era por estar rodeado de tus nietos, de tu hijo y de tu mujer, entre los piropos que nos echabas disfrutando de la última tarde contigo. Y es que lo que a él siempre le ha llenado el corazón ha sido su familia, sus hijos, sus nietos y su mujer.

Puede que ya no tenga quien me llame en el coche cuando vaya camino al pueblo siempre en el mismo sitio, en la misma curva, y su voz anciana y ronca nos pregunte por dónde venimos. Puede que ya se acaben los tirones de corbata los Viernes de Dolores antes de partir hacia la iglesia y esos pídele a la Virgen por nosotros con los besos más puros.

Hoy te vas en cuerpo, pero por la fe que has tenido toda tu vida estoy seguro de que tu alma gozará de la presencia eterna tu Virgen de los Dolores en llano del cielo y que cada vez que la mire sienta que su pena está un poquito más aliviada de lo feliz que está por tenerte a ti como fiel ángel a sus pies.

Eres una persona maravillosa, estás acostumbrado a que te lo diga diariamente, pero hoy puedo decirlo a boca llena para todo aquel que lo dude o no haya tenido la suerte de conocerte bien. Eres un hombre admirable, bueno y que siempre estará presente en mi corazón todos los días de mi vida.

Y me gustaría despedirme de ti con aquellas palabras que escribiera Juan Miguel Ortigosa en su libro “El llano en la memoria” que te leí el pasado verano y con las que te emocionaste recordando a la abuela Juana, con la que ya descansas como tú querías. No puedo estar más de acuerdo con ellas para expresar tu pérdida. Dicen así:

“Como herencia, dejó su ejemplo de vida y los valores que siempre intentó transmitir a sus hijos y nietos: amor, solidaridad, bondad, trabajo, empatía y honradez.

A los 96 años de edad (en el caso de mi abuelo 86) la incombustible naturaleza de Juana se agota, aunque su mente y su espíritu se mantenían alerta y la oyeron, queda, pero con nitidez, como musitando una jaculatoria u oración

Señor, me han dicho que la entrada en tu reino vale doscientas mil pesetas. Yo ya tengo dos mil pesetas y ya sólo me
me faltan ciento noventa y ocho mil pesetas, ¿Me las podrías fiar?

Le dijo que si, seguro, porque exhaló el último suspiro, acompañada de
una hermosa y amplia sonrisa”

Hasta siempre, Castillo

Tu nieto Antoñillo.

Seguro que si hay un sitio para la buena gente allá en el Cielo tienes uno para ti, Antonio. Un buen hombre, como decía mi padre. Allí estaréis juntos. Descansa en paz.

Te voy a echar de menos DON ANTONIO, para mi una persona con un corazón inmenso y una sabiduría expectacular, en definidas cuentas un Gran EJEMPLO A SEGUIR, como persona y AMIGO. Q Dios te tengan en la gloria y ayúdanos a seguir el día a día q siempre te llevaremos en el corazón.
Un abrazo enorme y siento no haberme podido despedir de una persona tan grande como lo eras tú. Tu familia puede estar muy orgullosa de los ejemplos de vida q nos ha dado a todos.
Un abrazo al Cielo.